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Opinión

Élites usurpando los primeros puestos

Nuestro país ha sido gobernado por élites económicas “depredadoras” y por élites corruptas e impunes que han usurpado el poder, en el marco de un formalismo democrático en decadencia y de un absoluto irrespeto por los pueblos y los ciudadanos. En el seno de estos grupos avasalladores que persisten hasta hoy se tomó la decisión de declarar la independencia, “para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”.

LA BUENA NOTICIA

Nuestro país ha sido gobernado por élites económicas “depredadoras” y por élites corruptas e impunes que han usurpado el poder, en el marco de un formalismo democrático en decadencia y de un absoluto irrespeto por los pueblos y los ciudadanos. En el seno de estos grupos avasalladores que persisten hasta hoy se tomó la decisión de declarar la independencia, “para prevenir las consecuencias que serían temibles en el caso de que la proclamase de hecho el mismo pueblo”. De modo que las élites siempre han actuado por miedo al pueblo. El miedo los indujo a expulsar a la Cicig, copar el MP y dominar la CC; por miedo favorecen una CSJ de facto, apoyan a diputados que impulsan leyes represivas y una Feci proimpunidad. Además criminalizan a jueces y fiscales independientes; persiguen a periodistas y líderes comunitarios críticos del sistema e intimidan a ciudadanos y pueblos. Generan situaciones de terror y alientan la violencia política, haciendo una “Guatemala asombrosa e imparable” por el empobrecimiento, corrupción e impunidad; una nación que va hacia un Estado totalitario.

En el evangelio de este domingo descubrimos la misma realidad: élites buscando los primeros lugares. Jesús fue invitado a comer en la casa de uno de los jefes de los fariseos. Mientras ellos lo espían maliciosamente, él los observa críticamente y aprovecha la ocasión para señalar que son los empobrecidos los que deben ser invitados para ser dichosos en la vida. (Lucas 14,1.7-14) En aquel tiempo se cuidaban mucho las comidas de sociedad y se medía el puesto que, según su categoría, debía ocupar cada uno. Es natural que todos quisieran ocupar los primeros lugares, pues era una forma de reconocer su categoría social. Se comprende que “pobres, lisiados, cojos y ciegos” nunca fueran invitados. Ese escenario de privilegios de pocos y exclusión de muchos es la realidad que se vive en la sociedad de hoy, producto del sistema neoliberal capitalista mundial y de una política manejada por élites sin escrúpulos. Si los gobernantes no cambian de rumbo y las élites no salen de la lógica de la codicia y la acumulación egoísta, llegaremos a situaciones insostenibles que provocarán enormes sufrimientos para las mayorías empobrecidas.

Nuestro país, para que salga adelante, tiene que ser capaz de acoger y compartir la vida con los más pobres. Nuestra nación debe ser repensada desde el mundo de los pobres, y no solo desde las élites, como se sigue haciendo. Todos estamos llamados a asumir una actuación solidaria y transformadora, gratuita y fraterna para hacer que ellos salgan de la miseria y vivan con dignidad.

Cuando Jesús pide invitar “a pobres, lisiados, cojos y ciegos” está planteando una visión más profunda de la vida en relación con los demás, asentada en la verdad, como reconocimiento de que todos somos iguales, que nadie es superior a nadie. Es una llamada a vivir en la verdad; en la verdad propia y en la verdad del otro. Todos los seres humanos tenemos la misma dignidad; somos imagen de Dios. Falseamos nuestra condición cuando valoramos nuestra dignidad por el cargo que ocupamos, por la familia a la que pertenecemos o por el dinero que ganamos. Vivir en la verdad no en la hipocresía ni en formalismos estériles. No hace falta fingir nada. En esa verdad no cabe la altanería, pues se trata de ser comprensivo y generoso con el otro, de entender el valor innegociable de cada uno. Esta actitud implica navegar contra la corriente en una sociedad que privilegia a pocos y descarta a las mayorías. Probablemente nuestra actuación sea calificada de absurda, incómoda e intolerable para la mentalidad de la mayoría. Pero somos conscientes de que con este estilo de vida que propone Jesús estamos apuntalando el proceso de una sociedad mejor y más digna.

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