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Opinión

Un 15 de septiembre con poco para celebrar

Mañana se cumplen 201 años de haberse separado la Capitanía General de Guatemala del Imperio español, y la fecha ha sido celebrada desde entonces como día de la independencia, aun cuando históricamente es más válida la del 21 de marzo de 1847. Tradicionalmente ha sido un día de caminatas con antorchas, despliegue de banderas y desfiles militares, de colegios e institutos.

CATALEJO

En esta fecha del año actual, se evidencia sin duda posible una verdad mantenida más o menos oculta desde hace muchos años: los guatemaltecos no tenemos mucho para celebrar porque el país es un barco a la deriva y se hunde irremisiblemente en una noche negra a causa de la ciega actitud del extremismo de hoy. Señalarlo es muy duro, muy triste, muy doloroso. Pero cierto.

Esta fecha le llega este año a un país donde, además, el actual proceso creador de la primera dictadura del siglo XXI avanza en un galope siniestro de los cuatro jinetes del Apocalipsis, ante la desafortunada, laxa, complaciente e irresponsable actitud de casi la totalidad ciudadana, incapaz o no deseosa de ver el naufragio. La añeja decisión de reducir o eliminar la asignatura de historia nacional tuvo como resultado impedirle a los escolares conocer el significado de la fecha. Conforme el paso del tiempo, las visiones y estudios realistas de los acontecimientos a partir de la separación de España permiten a muchos aceptar cómo fueron las circunstancias internas y externas y por qué nuestra Historia nacional tiene desde su inicio demasiadas facetas lamentables y olvidadas.

La división entre conservadores y liberales, causantes ambos de muchos estragos y algunos hechos valiosos, se ha mantenido hasta ahora, con la ridícula división entre “chairos” y “fachos”, cuyo real significado nadie tiene claro y depende del nivel de extremismo ideológico y de capacidad para juzgar los hechos. El avance de laicidad estatal logrado en 1871 está en peligro por el constante manoseo de la palabra Dios por politiqueros desprestigiados y despreciables. La libertad de cultos se volvió, vía el silencio, un inconveniente y peligroso apoyo a los últimos dos gobiernos de numerosos no-católicos neopentecostales, con negación expresa de la conciencia política y apoyo al statu quo, mientras los católicos tienden a ser críticos. Muy peligroso.

Alrededor del 65% poblacional no había nacido cuando se inició la democracia electoral en 1984, y sus integrantes demuestran su rechazo con el ausentismo electoral, porque en Guatemala esta participación es voluntaria, como debe ser. El interés por participar en los comicios ha bajado en los estratos de mayor edad (65 años o más, o sea un 14% de los adultos). Los jóvenes ya comenzaron a comprender la importancia de su participación, porque aunque no sea evidente ven venir el desastre e intentan participar con un medio natural para ellos: las redes sociales. Las fuerzas oscuras lo han descubierto y lo usan para la perenne desinformación, mentira y descalificación.

Por infortunio permanece una mayoría incapaz de ver relación entre la tragedia nacional de hoy y el desapego a la actividad política, aunque se reduzca a informarse de los desmanes de todo tipo cometidos desde hace mucho tiempo por los politiqueros, afianzada con el actual gobierno. Entender un problema es llegar a la mitad de su solución, dice el refrán, y por eso debe ser superado el desapego y la indiferencia, al ser la única manera a exigir el regreso siquiera de una mínima corrección política y personal entre los partidos, funcionarios y candidatos. Cuando la presión provoque los cambios necesarios para una nueva realidad de todos, en cualquier grupo, racial o etario, se podrán efectuar celebraciones válidas de la independencia. Antes no, me temo.

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