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Opinión

En la práctica, Bukele admite sus reelecciones

Hace algunos días Nayib Bukele anunció su primera reelección para los comicios salvadoreños programados para el 4 de febrero de 2024, dentro de un poco más de año y medio. Resultó ser más de lo mismo el presidente autocalificado de “milenial” y de “cool”, de gorrita colocada al revés, enemigo de la corbata pero con trajes de evidente alto precio.

CATALEJO

La lógica política elemental permite hablar no de una reelección, como dice ahora la ley del país, sino varias cuando haga los cambios indispensables para borrar el veto a la segunda. Un molesto obstáculo para permitirle seguir sacrificándose por El Salvador, con la autorización de su familia, según él mismo dijo. Sin duda lo obtendrá para reelegirse de nuevo para el período 2029-2033, once años a partir de este 2022.

A Bukele le dio mal de montaña político. Ello provoca equivocaciones rayanas en el cinismo, como calificarse de ser nada más uno de los tantos candidatos y decirlo muy convencido. Pero la práctica y la realidad son otras: será prácticamente imposible competir contra un candidato-presidente, por la elemental razón de ser quien controla gracias a su victoria el Congreso, la Corte Suprema y el Tribunal Supremo Electoral. A esto se une la ventaja sobre los demás posibles aspirantes a causa de su presencia personal para dar declaraciones a los medios favorables sobrevivientes del ataque a la prensa independiente. Despierta la sospecha de “compadres hablados” en los otros candidatos, cuya verdadera tarea será aparentar otra opción en los comicios.

El presidente salvadoreño es un hábil político cuyo inicio en el mando le ha abierto puertas internacionales y nacionales al haber realizado acciones para mantener el apoyo de los votantes. Ahora comienza la faceta de populismo, gracias al apoyo popular derivado de desmantelar la corrupta dupla Arena-FMLN, enfrentarse con violencia a los nefastos mareros y actuar sin corrupción para el combate del covid, así como mejorar el sistema educativo por medio de entregar computadoras a las escuelas públicas. El anuncio de su reelección en el 2024 demuestra su decisión de dar una apariencia de decisiones paso a paso, pero en realidad tenerlo todo listo para una victoria electoral en primera vuelta. De allí a autorizar la reelección ilimitada, solo hay un paso.

Otro aspecto para pensar en una dictadura de Bukele es la similitud con las acciones tomadas por otros gobernantes centroamericanos. Todo lo hace “dentro de la ley” cambiada si no le favorece. También se parece en eso a la nefasta pareja Ortega-Murillo en la persecución, encarcelación o exilio de los periodistas críticos, una tarea ya iniciada desde hace meses en Guatemala y cuyo ejemplo más claro es el de Jose Rubén Zamora —pero no el único— independientemente de si las acusaciones son ciertas o si son reacciones de venganza. Los últimos diez años, más o menos, de la historia política de Centroamérica traen lecciones imposibles de negar, como lo es derrumbe de la escasa democracia lograda cuando terminaron las dictaduras a la antigua.

La reelección presidencial, en teoría, no es necesariamente mala pero requiere un medio ambiente democrático favorable, con partidos ideológicos de membresía cuyo ascenso toma tiempo y preparación. Lo peor de lo ocurrido ahora en El Salvador es precisamente demostrar la falta de verdadera esencia democrática aun en los casos de personas nuevas en el ejercicio de la política. Aun si la corrupción se ha controlado o eliminado, los males políticos como el ansia de seguir al mando de un país sin contrapesos resultan ser iguales de nefastos pero con resultados distintos. Ante el ejemplo de un Bukele tan prontamente “orteguizado”, la mesa está servida para lo mismo en Guatemala. Pobres los guatemaltecos, los salvadoreños y no se diga los nicaragüenses.

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