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Opinión

Extrañeza por dos decisiones del Papa

Dos decisiones papales de los últimos días llaman la atención y están llamadas a tener efectos negativos para él. La primera es guardar silencio sobre Nicaragua y la despiadada persecución y acoso del ortega-murillismo contra la iglesia católica de ese sufrido país.

CATALEJO

Dos decisiones papales de los últimos días llaman la atención y están llamadas a tener efectos negativos para él. La primera es guardar silencio sobre Nicaragua y la despiadada persecución y acoso del ortega-murillismo contra la iglesia católica de ese sufrido país. La segunda, haber terminado con la calidad de prelatura personal al máximo dirigente del Opus Dei, otorgada por el papa Juan Pablo II, y por la cual el Sumo Pontífice era la única autoridad eclesiástica a la cual dicha agrupación religiosa debe obediencia. Ahora debe seguir la jerarquía eclesiástica.

El hasta ahora prolongado silencio papal sobre Nicaragua, no explicado por nadie, ya ha levantado las cejas de muchos católicos, sobre todo centroamericanos. No cabe duda alguna del sufrimiento actual de los obispos, sacerdotes, monjas y, en general, católicos de a pie. Las peores consecuencias, a mi juicio, serán entre quienes profesan el catolicismo, no entre quienes lo abandonaron. El papa Francisco tiene doble papel, jefe de Estado y cabeza de una iglesia de 720 millones de personas. En casos como el comentado hoy, este último papel debe tener preferencia porque la base de su influencia es moral.

Todo análisis sobre el Opus Dei debe tomar en cuenta sus semejanzas y diferencias con otras instituciones de influencia y poder dentro de la Iglesia Católica, en especial la Compañía de Jesús, es decir los jesuitas. Desde la perspectiva de los católicos seglares, ambas cumplen su función de ayudar a los más necesitados y participar en la educación con calidad de primer orden, pero las estrategias para lograrlo son diferentes y por ello sujetas a críticas, como también lo es la decisión de un papa jesuita de reducir la influencia de una entidad cuyo título responde a una decisión papal anterior sin precedente histórico.

Una diferencia radica en dónde trabajan esas entidades en el campo social y en el beneficio a los necesitados. Los jesuitas lo hacen sobre todo en los estratos medios de las sociedades, mientras los opusdeístas se sienten más cómodos en los estratos superiores y con influencia política, económica o social. De estas relaciones obtienen los bien administrados fondos para financiar sus tareas de beneficencia y para permitir el mejoramiento de las condiciones de vida de los sectores populares. Cuando fui invitado a Navarra para dictar una conferencia, hace tiempo, me sorprendió la cantidad de mármol en las construcciones, explicado como una manera de evitar mantenimiento.

No es secreto: son dos entidades inter-eclesiásticas poderosas e influyentes. Tienen en su historial pruebas del beneficio de su tarea con la diferencia de unos 480 años a favor de los jesuitas y a ambas las persiguen los fantasmas del pasado. En América Latina, una parte de los católicos les reprochó estar demasiado cerca de la equivocada Teología de la Liberación, al mezclar el mensaje de Jesucristo con el marxismo, y por eso cuando hablé con el Papa en Roma le comenté la preocupación en Guatemala por que se convierta en el primer país no-católico del continente. A los opusdeístas los persigue el fantasma de su apoyo a Franco, Pinochet y otras dictaduras, y al conservadurismo más puro.

Para el católico no-opusdeísta, la decisión papal es correcta, pero riesgosa. La dependencia de la jerarquía católica, veleidosa muchas veces, puede traducirse en reducción de actividades de beneficio social por falta de dinero. Desde fuera del catolicismo no se conocen las diferencias de criterio doctrinario y se percibe esta lucha interna como signo de debilidad. El silencio del Vaticano y del Opus Dei respecto a Nicaragua afecta a los dos: es inaceptable la excusa de tratarse de un hecho de política, no de religión, porque entra en el campo de los imperativos morales y éticos. Se debe alzar la voz cuando la persecución deja a las víctimas con la sombra de la cruz como única protección.

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